La Extinción de la Curiosidad por su Enemiga Mortal
Autor: Juan Carlos Ramírez Larizbeascoa
Parlamentario Andino
República del Perú

Para iniciar este artículo vale la pena recordar la frase vasca de Unamuno: Dime de qué presumes, que te digo de que careces.
Una época que presume de innovación, libertad, creatividad, variedad, tolerancia, diversidad y otras palabras actuales, es una época que no contiene ninguna de ellas.
Y la mejor obra de internet, y de Facebook, Instagram, Twitter o Tik Tok, y lo que aparecerá más adelante, es justamente embrutecer a la gente a un punto tal, que dirige su interés a las cosas más frívolas y carentes de sentido, pero plenas de movimiento, morbo y de lo que podríamos llamar “instantaneidad”.
La palabra no existe, pero habría que inventarla, pues refleja el mundo actual. Todo lo instantáneo, que evite pensar, es instalado mediante un bombardeo inmisericorde y permanente de todas las ondas electromagnéticas, entrando a televisores, laptops, pero más que ningún otro foco de atención, al celular.
Es falso que la comunicación sea buena per se. Nuestro cerebro trabaja más que nada eliminando datos de entrada que no le son atractivos o útiles. Si a nuestros dos sentidos principales, vista y oído, los saturamos con basura, no hay nada que eliminar. Y no hay nada que eliminar porque no hay forma de comparar si algo vale la pena, por lo tanto el cerebro registra todo. Y si le entra pura basura, registrará solo basura. Y se hará adicto a ella. Cada vez pedirá más.
Es aquí donde se extingue nuestro principal, y casi único, resorte básico del pensamiento: la curiosidad sana. No solamente no hace falta, sino que estorba. Es reemplazada por su hermana gemela diabólica, la ansiedad. La ansiedad parece curiosidad, pero es en realidad la anticuriosidad, nos lleva hormonalmente de destello en destello, de twitter en twitter, de tik tok en tik tok.
Hipnotizados por los celulares, y usando el 20% de otro sentido llamado tacto, a través de dos pulgares, los seres humanos consumen a través de sus ojos y oídos, lo que les dictan influencers, bloggers, etc a través de cada vez más imágenes y videos y cada vez menos letras y números.
Cualquier influencer, desde cualquier sitio, dicta: Mueran los Gatos, y una legión de perfectos imbéciles irá a matar gatos, sin preguntarse porqué, ni sentir la más mínima curiosidad sobre el objeto, la razón o circunstancia que haría de estos pobres felinos monstruos a eliminar.
Y lo que llaman “redes” son pues verdaderas redes, que capturan cardúmenes menos inteligentes que las anchovetas, y los hacen hacer cualquier cosa, o peor, pensar cualquier cosa, si es que este mecanismo mental de empotramiento brutal pudiera llamarse pensar.
La inmensa ventaja de eliminar la curiosidad (que ya fue eliminada para ser francos) es que elimina el pensamiento secuencial a ella, y permite grabar en las ya vencidas y estúpidas mentes cualquier cosa, sea verdad o mentira.
Esto no es novedad, evitar que la gente piense es la utopía deseada de cualquiera que quiera, no dirigir, sino arrear a tales gentes. Desde los Acadios hasta hoy, no hay nada más deseable para cualquier organización humana, que tener una masa incondicional no pensante que cumpla al pie de la letra nuestros deseos. Una maravilla. Lo quieren los dioses, lo quieren los hombres. Obediencia total.
Y eso no lo logró la fuerza dictatorial del comunismo o del fascismo, no lo logró la iglesia católica con su inquisición, ni el estado islámico ejecutando gente en mameluco naranja; lo lograron unos inocentes y populares softwares, que enmarrocaron a todos los cerebros en la observación constante de cualquier frivolidad y estupidez graciosa.
Lo mejor de todo, es que no hizo falta recurrir al instrumento preferido de las anacrónicas organizaciones anteriores al siglo XXI: el MIEDO. Tampoco hizo falta recurrir al instrumento preferido del capitalismo: el DESEO.
Casi por azar, se llegó a la verdadera y única FUERZA que mueve las masas, a la piedra filosofal, a la característica más humana, al santo grial, a la más letal, a la casi desconocida, clandestina, maravillosa, brillante, ahora al exponente N gracias a los electrones, se llegó a la ESTUPIDEZ.
Ella liquidó la curiosidad y el pensamiento. Y la seguirá su hija definitiva y terminal, ya descrita por Umberto Eco en su última postrera publicación: la LOCURA.